En el barrio de Pacífico, aún resuenan historias sobre los desaparecidos Docks, aquellas enormes instalaciones logísticas que antaño dieron vida y trabajo a la zona. Aunque los muelles desaparecieron hace décadas, se dice que en las noches más tranquilas, cuando el bullicio de la ciudad se apaga, es posible escuchar los ecos de un tiempo pasado, como si las paredes invisibles de los antiguos almacenes aún guardaran los murmullos de sus trabajadores.
Cuentan los vecinos más veteranos que, al caer la noche, si te detienes cerca de las calles que cruzaban los muelles, como Sánchez Barcaiztegui o Cerro de la Plata, puedes oír el chirrido de carretillas rodando, las órdenes de los capataces y los murmullos de los hombres que descargaban sacos de grano, cajas de frutas o barriles de vino. Algunos aseguran haber visto sombras moverse fugazmente entre los callejones, figuras borrosas que parecen cargar bultos invisibles.
Imagen: Wikipedia |
En las tertulias del barrio, esta leyenda siempre es tema recurrente. Doña Manuela, una anciana que vivió su infancia jugando cerca de aquellos muelles, decía que una vez, mientras regresaba a casa tarde, vio cómo las luces de un farol se encendían y apagaban, proyectando las sombras de los trabajadores en movimiento. Era como si el pasado se estuviera proyectando en el presente, comentaba con un leve escalofrío.
Los más jóvenes, escépticos, creen que todo es fruto de la imaginación, pero los mayores insisten: Los muelles marcaron la vida del barrio y algo de su espíritu quedó atrapado en estas calles. Para muchos, no es un cuento de fantasmas, sino un tributo a los hombres y mujeres que, con su esfuerzo, dieron forma al barrio. Así, los ecos de los muelles no son un lamento, sino un recuerdo vivo de un pasado que se niega a ser olvidado.
IA: GPT3.5
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